El Muro de Berlín, ese Muro de Protección Antifascista (Antifaschistischer Schutzwall) según la RDA o Muro de la vergüenza (Schandmauer) en occidente… cayó el 9 de noviembre de 1989. En la práctica se usó para impedir la emigración masiva de la Alemania del Este a occidente. Hoy, once años después de la alegre e ilusionante sexta ampliación de la UE, la que permitió la reunificación del continente con el ingreso de los países recién liberados del bloque del Este, son ellos los que construyen muros. Y el argumento de los que no hace tanto pedían asilo político al otro lado del Antifaschistischer Schutzwall que dividía Europa es que es necesario para protegerse del extranjero que huye. La historia suele tener giros bufones.
Los estados fundadores que los recibieron con los brazos abiertos, los que ignoraron las dificultades de doblar el número de países de la unión con una ingenuidad desbordante, hoy perciben que, en realidad, sigue existiendo un muro invisible que los separa todavía de sus vecinos del Este.
Viktor Orban, el Primer Ministro Húngaro, siempre ha sido el mejor ejemplo de este abismo que separa a unos y a otros. Hace sólo unos meses protagonizó el ataque más simbólico al ADN de la UE que pueda hacerse al intentar implantar la pena de muerte.
Y estos días, el suyo, es el único país que ha rechazado ser beneficiario del sistema de “cuotas” para distribuir a los refugiados entre los países de la Unión porque cree que los musulmanes ponen en riesgo “las raíces cristianas de la cultura europea”.
Escribo este Blog desde la sala de prensa del Consejo Europeo donde los 28 Jefes de Estado y de gobierno de la UE están reunidos para intentar poner de pié una política de inmigración común. El Presidente francés, François Hollande, acaba de referirse así al Primer Ministro Húngaro Viktor Orban: “Europa es un conjunto de valores y principios, y los que no comparten sus valores ni respetan sus principios deben replantearse su presencia en la UE”. ¿Un ultimatum? En todo caso empieza a parecerse mucho.
Sus palabras me han recordado a lo que dijo en este mismo edificio Jacques Chirac cuando en plena división europea por la crisis de Irak, sorprendido por la falta de humildad de estos países recién llegados por entonces a la familia europea, se refirió así a la entusiasta actitud pro Bush de los países del Este: “Han perdido una magnífica oportunidad de callarse”.
Callarse… lo que se dice callarse… está claro que no se callan ni entonces, ni ahora. Ayer los ministros del interior tuvieron que aprobar el sistema de cuotas de refugiados por mayoría cualificada –algo que se intenta evitar normalmente- porque Hungría, Eslovaquia y Rumania votaron en contra, mientras que Finlandia se abstuvo. Lituania votó a favor, pero su primera ministra acaba de decir aquí que “la solidaridad no se puede imponer por la fuerza”.
La actitud de estos países frente a los estados fundadores es desenvuelta, moderna, desacomplejada, con un toque agresivo. El ministro checo de interior, Milan Chovanec, señaló ayer en Twitter nada más acabar la reunión, emoticono final incluído: “Muy pronto veremos que el emperador estaba desnudo. ¡Hoy se perdió el sentido común! :-(“.
No está de más recordar que el Primer Ministro eslovaco, Robert Fico, fue mucho más duro que la mismísima Alemania en la pasada negociación del rescate griego: “Si vemos que se están desviando de sus compromisos, Eslovaquia se pondrá en la primera línea de países que pedirán la salida de Grecia de la Eurozona”. “Los griegos deben pagar por cómo se han comportado en el pasado”. La postura era compartida por otros países, como los bálticos, que se quejaban de haber sufrido igual o más que Grecia, ser más pobres y ahora tener que contribuir al nuevo rescate.
Hoy Robert Fico ha amenazado con acudir a los tribunales para no aplicar el plan aprobado ayer de distribución de los 120.000 refugiados. Palabras que según el Gianni Pittella, el líder de los socialistas en el parlamento europeo, avergüenzan a los socialdemócratas europeos. Y de hecho ya ha solicitado la suspensión del partido del Primer Ministro Eslovaco, asunto que se ha tratado hoy en la reunión de los socialistas europeos previa a la cumbre desde la que escribo.
Los rifirrafes y los reproches mutuos se reproducen a diario. Hoy mismo seguro que habrá nuevos cuando acabe ésta reunión.
Voy a terminar con estas palabras que escuché ayer, literales, del ministro de exteriores luxemburgués, Jean Asselborn, quien ocupa actualmente la presidencia semestral de la UE. Me parecieron reveladoras. Sugirió con toda naturalidad que los países que no votaron las cuotas de inmigrantes tienen tendencias racistas y eurófobas: “Ayer estuve en Praga con países grupo de Visegrado. Tienen la percepción de que lo que se decide en Bruselas es un Diktat. Habiendo pasado décadas bajo una dictadura no aceptan cosas que vienen impuestas de Bruselas. Ese es un aspecto. El segundo aspecto es que en los países del Este, más que en el centro y el sur de laUE, existe esa percepción de que el extranjero… ese que tiene otro color de piel, religión, cultura… es considerado como algo que está ahí para descomponer la sociedad. Creo que es decepcionante ver que el enemigo público número uno, en las elecciones (en esos países) es Bruselas, la UE. Es un combate contra la UE. Esto tenemos que saber que es así. Hace sólo 10 ó 12 años que esos países están en la UE”.
La canciller Angela Merkel está apelando estos días a la “responsabilidad moral” de Europa e instando a todos los socios de la UE a colaborar en la búsqueda de soluciones ante la crisis de los refugiados demostrando sus “valores”. Merkel nació y creció en la Alemania del Este. Pero en la Europa actual, la Canciller se ha situado a este lado del muro invisible.