El Ministerio de La Verdad (Cat)

El psicoanalista y filósofo liberal Erich Fromm, en un apéndice a la edición publicada en 1961 de «1984» (George Orwell) por New American Library, dice: «Los libros como los de Orwell son severas advertencias, y sería lamentable que el lector interpretara presuntuosamente a 1984 como otra descripción más de la barbarie estalinista, y no viera que también está dirigida a nosotros». Me ha ocurrido hoy al leer esta noticia titulada «Rigau ve muy forzado acusar a Junts pel Sí de apropiarse de la Diada» (click aquí). Más allá de la absoluta memez que implica discutir que el independentismo se ha apropiado de la Diada, lo que me ha provocado a escribir ha sido la última línea de la información: “Finalmente, agradeció a la familia de la escuela de Balaguer que haya retirado la petición de escolarizar a sus hijos en castellano”.

Recuerdo el caso, pueden buscarlo por Google, algo encontrarán. Recapitulando, la Asamblea por la Escuela Bilingüe (AEB) emitió un comunicado denunciando que la familia lo estaba pasando mal por haber solicitado la escolarización de sus hijos también en lengua castellana.

El director del centro Gaspar de Portolà realizó declaraciones a distintos medios de comunicación dando información suficiente sobre cursos o número de hermanos de forma que la familia podía ser identificada de manera indirecta; el pequeño negocio de la familia en la localidad  empezó a sufrir boicot, el diario Nació Digital escribía que la familia no pudo «alegar ningún argumento de peso» para justificar su petición (ver aquí).

Todo esto rodeado de una cadena de declaraciones de apoyo a la inmersión lingüística por parte de partidos y entidades (CDC, PSC, FAPAC) culminadas con la convocatoria de una manifestación frente al centro contra la aplicación de la sentencia.

Imaginen la situación el primer día de curso. Y con niños, que lo menos que quieres es verlos sufrir.

Para llegar hasta allí hay que ser de una pasta única. Y de una madera muy especial para no ceder hasta el final.

Winston, el protagonista de «1984», no resistió. Tras largos e inhumanos meses, aceptó interiormente que la verdad es lo que el partido dice y no lo que su intelecto deduzca, o ni siquiera lo que sus sentidos perciben. Al final, Winston ama sinceramente al Gran Hermano

Al principio de su novela, George Orwell le hacia decir esto a su protagonista:

“Al fin, el Partido anunciaría que dos y dos eran cinco. Y habría que creerlo. Era inevitable que tarde o temprano lo pretendiese. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba tácitamente no sólo la validez de la experiencia, sino la propia existencia de la realidad. La mayor herejía era el sentido común. Y lo más terrible no era que te matasen por pensar de otro modo, sino que ellos podían tener razón. Porque en último término, ¿cómo sabemos que dos y dos son cuatro, que la fuerza de la gravedad funciona, o que el pasado es inalterable? Si tanto el pasado como el mundo externo existen sólo en la mente, y la mente es controlable, qué pasa si eso es así? […]

El Partido te instaba a rechazar la evidencia que los sentidos te ofrecían. Era su última y máxima exigencia. A Winston se le encogió el corazón al pensar en el enorme poder al que se enfrentaba; en la facilidad con que cualquier intelectual del Partido le vencería en un debate; en los sutiles argumentos que no entendería, y a los que mucho menos podría responder. Y sin embargo, ¡él tenía razón! Ellos estaban equivocados y él tenía razón. Había que defender lo obvio, lo tonto y lo verdadero. Los axiomas son verdades, ¡agárrate a eso!

El mundo material existe, sus leyes no cambian. Las piedras son duras; el agua, húmeda; los objetos sin sujeción caen hacia el centro de la Tierra. Con la sensación de que hablaba con O’Brien, y sintiendo también que el axioma que exponía era relevante, escribió:

La Libertad significa libertad para decir que dos más dos son cuatro. Si eso se admite, todo lo demás se da por añadidura”.

En Cataluña sumar dos y dos es complicado. Hasta empiezan a obligarnos a escribir Catalunya, con «y», cuando escribimos en Castellano. Como si ellos dijeran London o Antwerpen cada vez que hablan de Londres o Amberes.

El español -perdón… ¿castellano?- es lengua cooficial y hay un 56,7% de castellanohablantes según el Baròmetre de la Comunicació i la Cultura, Institut d’Estudis Catalans (Marzo 2011). No es una lengua impropia de Cataluña. Como decía en el 2002 el escritor Manuel Vázquez Montalbán (click aquí): “Se imponía la lógica de que Cataluña es una nación que tiene una lengua propia, que es el catalán. Pero, en cambio, se ignoraba o no se asumía que el castellano era una lengua totalmente viva, coexistente y cohabitante; que además se correspondía con casi el 50% de la población. Esto hubiera implicado el desarrollo de una política lingüística hacia el castellano, no como la lengua propia. Pero tampoco se puede considerar impropia una lengua que hablan la mitad de los habitantes de un país, que entiende el resto y que sirve a todos para comunicarse con el resto del Estado”.

La ley garantiza el derecho a introducir el castellano como lengua vehicular escolar junto al catalán, y así se han pronunciado los tribunales ante los pocos casos que han tenido el coraje de ir a hasta el final. Los demandantes no han exigido nunca la exclusión del catalán, faltaba más. Piden algo más de presencia lectiva de la otra lengua catalana, el castellano: apenas seis horas semanales en castellano de las 25 totales como ha ordenado el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Un 25%.

Estudiar en catalán no fue posible durante el franquismo y eso justifica el refuerzo del catalán que hemos visto desde hace casi 40 años. Pero el proceso de inmersión lingüística ya ha convertido el catalán en la lengua de primacía social en Cataluña.

El castellano sobrevive cada vez menos mayoritario con una buena «mala salud» de hierro, pero como un cuerpo extraño. Desde hace mucho tiempo, en Cataluña, prohíben en la práctica estudiar en la lengua materna si es la común del Estado, aunque sea oficial y no sea impropia del país o de los catalanes.

Dos más dos son cuatro.

¿O son cinco?, empezaba a dudar Winston. La lluvia masiva de eslóganes y argumentos por parte de intelectuales, autoridades, asociaciones, prensa y vecinos le hacían dudar del resultado.

“Se decía que el Ministerio de la Verdad albergaba tres mil salas sobre el nivel del suelo y sus correspondientes ramificaciones en los sótanos”.

La señora Irene Rigau, Consejera de educación, trabaja en el ministerio de la verdad.

Puede estar orgullosa, lo ha conseguido. Son muchos los que un día llegan al límite de sus fuerzas y ya no oponen resistencia. Normalizado por completo, al final, Winston Smith ama al Gran Hermano.

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