Bélgica país de metáforas

Hoja Conferencia embajada española

Para los que estén interesados en conocer mejor Neverland, éste es el texto de mi conferencia hoy en la Embajada de España en Bélgica sobre éste País de Nunca Jamás, brumoso y paradójico, que es Bélgica. Espero que les guste.

Conferencia de Jacobo de Regoyos en la Embajada de España en Bélgica el 25/01/2018

Buenos días.

¿Ya están todos?

Gracias por venir.

Por favor, cierren las puertas con llave para que no se vaya nadie hasta que no acabe la confederencia   ;-).

¿Están cerradas?

Pues vamos allá…

Seguramente no sepan quien es, pero Jean Pierre de Bougainville fue un francés del siglo XVIII que centró su pasión de historiador en los estudios de la Grecia antigua.

Él lo justificó así:

“Podemos decir que la historia de Grecia, a medida que se poblaba la región e iba avanzando, no es tanto el espectáculo del destino de una nación como el reflejo del género humano en sus diferentes estados. Es un curso resumido, pero completo, de historia, moral y política. Porque la historia de Grecia tiene el mérito de reunir en un espacio de tiempo relativamente corto las características de los siglos, permitiendo conocer al hombre desde todos los puntos de vista posibles: errante, salvaje, civilizado, guerrero, comerciante… mostrándonos los modelos de todas las leyes…

En una palabra, la historia de Grecia es una teoría completa, probada por los hechos, de la formación de sociedades, del nacimiento, la propagación y el progreso del arte y de las artes, de todas las revoluciones, de todas las variedades que conciernen a la humanidad, de todas las formas que pueden modificarla. Para un observador atento, Grecia es en pequeño el universo y su historia un resumen preciso y exacto de la historia universal”.

Yo no soy historiador; apenas un corresponsal al que enviaron aquí por tres años. Nunca pensé que me quedaría aquí tanto tiempo -ya van 20-, que me casaría, tendría hijos belgas, y escribiría sobre Bélgica de una forma tan apasionada como de Bougainville lo hizo sobre Grecia.

Pero es cierto que cuando escribí mi libro “Belgistán, el laboratorio nacionalista” sentí algo de eso. Es como si la historia belga y sus problemas encerraran en sí todo el universo: geopolítica, psicología, sociología, historia… Escribiendo casi me sentía un humanista de otro tiempo intentando abarcar todos los oficios del mundo. Amplio contraste con mis crónicas de un minuto en radio. Y más para hablar de Bélgica. Porque la verdad, crónicas de Bélgica, no me piden, no las quieren. Y segundo, en un minuto de radio no se puede explicar nada y menos sobre un país tan complicado sobre el que nadie ni entiende ni quiere entender nada.

Por ejemplo. Durante la enorme crisis gubernamental de éste país, allí por el 2010, recuerdo que los infografistas de la Tv francesa TF1 invirtieron en su mapa Valonia y Flandes, norte y sur, mientras daban la noticia. Unos días más tarde, la TV holandesa NOS mostró otro mapa en su informativo en el que toda la costa belga era valona, cuando precisamente lo valones no tienen costa. Toda es flamenca. Y eso que son sus vecinos.

Yo mismo vine aquí porque era una oportunidad profesional por lo que supone como capital europea con sus instituciones y la OTAN. No porque éste país me levantara pasión alguna.

Más aún. Una vez aquí, tenía la sensación que no estaba aquí. En Bélgica, quiero decir. Sino en una base marciana internacional interactuando con astronautas venidos de todos los países de la tierra pero no con los verdaderos habitantes del planeta, los marcianos (los belgas). Y efectivamente, cada vez que salía de la base -con escafandra y todo, por supuesto- se confirmaban mis prejuicios según los cuales los belgas eran raros como marcianos.

Me molestaban cosas como que:

– Cerraran diez minutos antes las tiendas negándose a venderme algo para irse antes a casa.

– O que en sábado cerraran una hora antes con la lógica de que… es fin de semana y tienen derecho a descansar. Yo soy de Madrid y ahí abren hasta las fiestas si venden.

– Que no lloren de alegría cuando les pido que reserven una mesa para comer para 20 personas; muy al contrario, que me miren espantados y finalmente me digan que no porque no puedo prometerles que algunos no quieran pagar con su tarjeta. No es que no tengan máquina para cobrarles, es que les parece un lío.

– Que no me vendan tres mandarinas a 75 céntimos porque tienen un cartel que anuncia dos mandarinas 50 céntimos.

– Que buscar un determinado número de una calle sea una odisea porque la numeración empieza de cero según la comuna o porque, vaya por Dios, el nombre de la calle se sustituye por otro durante algunos metros y luego -quien podía preverlo- se reaparece de pronto recuperando la numeración.

Algunas cosas las acabas pillando en cuanto las vives una vez. Como cuando te pierdes yendo en coche a Mons, porque no sabes que durante dos kilómetros se llama Bergen.

Los holandeses encuentran las respuestas de los flamencos poco asertivas, un poco como nosotros con los gallegos. Nunca están seguros si les han dicho que “si” o que “no”. Los franceses ven a los francófonos bruselenses cuadriculados en el absurdo, como una de sus “bromas belgas”.

Los españoles encontramos sus bares tristes, la antítesis de lo que debe ser un bar. Por ejemplo, esa Brasserie con una servilleta mojada ya de mil cervezas sobre la mesa; detrás de la barra del bar apenas unos gofres pre fabricados en plástico, unas bolsas de patatas fritas de supermercado; ese camarero o camarera que atiende de uno en uno y mira atentamente como el café cae de la máquina a la taza (uno se pregunta si no se tienen en cuenta los camareros a la hora de calcular la competitividad de los países, pero debe ser que no porque Bélgica siempre sale por delante de nosotros).

Por supuesto las experiencias de cada uno son propias e intransferibles. Quizás algunos os veáis reflejados en ellas y otros no tanto.

Y además, es cierto, que siempre que sales de tu país para caer en otro y vives allí un tiempo piensas cosas así. Lo normal es que haga falta un periodo de adaptación, ir conociendo el país, la cultura… y que al final el tiempo vaya poniendo todo en su sitio.

Esto explica mucho. Pero en Bélgica sospechas también que, más allá de las extrañezas habituales que uno suele sentir cuando vive en el extranjero… hay también fenómenos extraños.

El lío se agrava si a eso le sumas una organización política que termina siendo bastante más complicada de explicar que una directiva europea… y una historia que pocos acaban de centrar en su cabeza porque no parece tener contornos fijos (¿Los países bajos incluyen a Bélgica? Y si consigues responder a esta pregunta… ¿Entonces es Holanda un país o una región de los Países bajos? ¿Es Bruselas una región? ¿O una ciudad? ¿Es de verdad Bruselas la capital de Flandes o es una región? ¿O la capital de la región de Bruselas? ¿Es francófona o bilingüe?).

Bélgica tiene de por si, como rasgo diferenciador, contornos indefinidos. Hablar de Bélgica es un reto en si mismo. Una paradoja continua.

  • Es un país que cambia sus fronteras pacíficamente. Lo ha hecho recientemente con Holanda.
  • Que no da primacía a la legislación federal sobre la regional.
  • Una democracia donde no existen los partidos nacionales. Es decir, 2 democracias. Incluso tres si piensas en Bruselas, pero como es francófona… dos. Pero como es una región…tres. Bueno… dos. Dos ó tres. ¿Lo ven? Un lío.
  • Un país en el que una región puede paralizar toda la UE en contra de su gobierno federal porque ha dado competencias en tratados comerciales de tipo confederal a sus regiones.

Bélgica como metáfora, como paradoja, como ejemplo y contraejemplo. Puede llegar a ser algo tan fascinante como agotador.

Es un compendio de lo mejor y lo peor.

Son mis percepciones, pero ojo. No debo ni debemos confundir Bélgica con Bruselas. No es exactamente lo mismo. Esta ciudad, que al principio me recordaba a la oscura y brumosa Gotham de Batman, concentra más contradicciones, más complejidades,  y también más encantos si cabe que el país mismo.  Sólo hace falta acostumbrar los ojos a la oscuridad para empezar a percibir sus encantos.

Es la ciudad con más Art Nouveau y Art Deco por metro cuadrado. La mayoría son edificios anónimos. Sería fácil citar a Horta. Fijémonos por ejemplo en Gustav Strauven, uno de sus discípulos que lo abandonó enseguida para dar rienda suelta a su imaginación desbordante, que sobrepasaba los límites estrictamente fundacionales de su maestro. Pero como se fue por libre, sin haber alcanzado antes ni fama ni beneficio, tuvo que coger clientes con presupuestos muy justitos. Lo que impulsó su imaginación para reutilizar balcones tradicionales y mezclar colores de ladrillo estándar, con sublimes forjados trenzados de inspiración y fantasía Art Nouveau.

Quien dice Art nouveau, o Art Deco, dice Neo gótico, neo renacentista, neo clásico… cada casa es diferente y única aquí, cosa que sorprende y da envidia a los holandeses tan uniformes en todo. E imagínense a los españoles, que nunca tuvimos esos medios por aquella época para vivir así.

Por entonces Bélgica, con hierro y carbón a raudales, con una colonia como el Congo que multiplicaba su extensión, situada como siempre en mitad del cruce de caminos comercial europeo, fue durante un lapso de tiempo el país más rico de Europa. La clase media se construía palacios en mitad de la ciudad. Hoy los llamaríamos chalets adosados, pero los chalets adosados de entonces aquí tenían columnas, techos de tres meros y medio, vidrieras, muebles labrados a juego… palacios. En España, toda esa riqueza arquitectónica no existía con esa abundancia porque nuestra clase media era inexistente.

Y sin embargo cuando vienen turistas, van a la Grand Place y al Maneken Pis. Y luego a Brujas y Gante. Se pierden todo esto porque estos barrios se construyeron cuando “Bruselas bruselaba”, en feliz expresión de Jacques Brel, en los sucesivos círculos concéntricos en los que crecía la ciudad por entonces. También se los pierde porque esta ciudad no exhibe sus encantos sino que los oculta detrás de aceras con pavés (adoquines), que te complican llevar una maleta con ruedas, un cochecito de niños, un carrito de la compra. Incluso los viejecitos yo los veo caminar por la calzada, por donde van los coches, arriesgándose a ser atropellados, porque los adoquines de la acera siempre están levantados y se tropiezan.

Esta maravillosa ciudad está oculta detrás de fachadas sucias la mayor parte de las veces y de los barrios –excluímos los Woluwes, y los Uccles- ,mal cuidadas. Dentro se han bajado los techos interiores para ahorrar calefacción, para construir mezanines, para poner luces halógenas…, han colocado ventanas de PVC en vez de reconstruir o imitar las de madera –fundamentales en este tipo de arquitectura- , cuando no se han construido edificios de apartamentos durante la bruselización de los 70.

Además, los propietarios ya no son en la mayor parte belgas de origen. Buena parte de la culpa de que la ciudad pierda su carácter es de los belgas, que prefieren huir del centro para ir a tres o cuatro barrios concretos o a los dos Brabantes, el valón y el flamenco.

A cambio de su carácter belga la ciudad muta y va adquiriendo un alma compleja, “Zeneke” que llaman aquí. Mixta, bastarda.

Porque cada vez más, Bruselas es un poco también nuestra. Aquí trabajamos muchos europeos, que hemos hecho de Bruselas nuestra casa. Y la de los turcos, que viven todos en el mismo barrio -y vienen todos del mismo pueblo de Anatolia, por cierto-. Y de ese Molenbeek que tan famoso se ha hecho por motivos bien tristes. Y de Matongé, el barrio congolés. Todos en el centro y tan lejos de esos banlieux parisienses del extrarradio.

Algunos expatriados, los de los lobbies, las embajadas, los periodistas, las empresas, los estudiantes… se van. Pero otros se quedan.

Cuando mi hija cumplió ocho años invitamos a sus amiguitas a casa para celebrarlo. Estaban todas sentadas, menuditas, entorno a la tarta con las velas. Cuando mi hija Lucía sopló todos cantamos Joyeuse anniversaire. Como mi mujer es neerlandófona seguimos en neerlandés. Como mi hija tenía una amiga española y sabe que yo lo soy, está amiga lo cantó en español. Cuando terminó otra dijo “¡En italiano!” y lo cantó a Capela. Acabó y otra dijo ”¡En alemán!”  e hizo lo mismo. Y como si de un juego se tratara, luego otra en inglés, portugués y no me acuerdo cuantos más.

Lo grabé en el video con el móvil.

Pensé que esa grabación era un instante en la historia del mundo llamado Unión Europea. No Europa, Unión Europea. Pensé que mi hija, que va a un colegio francófono belga muy normalito, no al Colegio europeo, aunque si es cierto que no lejos de Schuman, no era belga sin más. Que era europea. Que si un día la UE desapareciera, se quedaría huérfana de referencias. Y que esto sólo podía pasar en Bruselas. Dicen que en Washington también, yo no he estado allí. Pero no lo imagino exactamente así.

Los padres de estos chicos, parejas mixtas portugués-español, belga -italiano, alemán-alemán, holandés-británico… tratan las diferencias entre nacionalidades como en España hablamos de gallegos, andaluces y catalanes.

Si en algún sitio están creciendo europeos, es aquí y ahora.

Y están en su casa. Porque Bruselas es también nuestra capital, la capital de la Unión Europea.

A veces parece más nuestra que de algunos belgas. Todos conocéis la anécdota que el nombre que más reciben los recién nacidos en esta ciudad es Mohammed. Pues es verdad. Y si le preguntáis a la mayoría de los flamencos cuantas veces va a su capital al año os dirá que nunca o casi nunca, que para qué. Un carpintero flamenco de la periferia rara vez viene a trabajar a Bxls. O una cristalería.

Aquí podríamos entrar en el tema del nacionalismo.

Los problemas políticos e institucionales de este pequeño país saltan muy rara vez a los medios españoles. Sólo cuando batió récords del mundo sin gobierno se habló algo, y no mucho.

Sin embargo la situación era mucho peor de lo que pueda transmitir este corto titular de circunstancias, “RECORD DEL MUNDO SIN GOBIERNO”. Bélgica era ya difícilmente gobernable desde hacía por lo menos un lustro. No una región, el país entero. Desde que los cristianodemócratas flamencos, aliados con los nacionalistas independentistas de la N-VA ganaran las elecciones en el 2007 con la promesa de una autonomía radical de su región que convirtiera el Estado Federal en casi Confederal. Desde entonces los gobiernos belgas de los cuatro años anteriores a la crisis fueron todos muy limitados en el tiempo. O en funciones. O dirigidos por políticos de recambio que no ganaron las elecciones, como Guy Verhofstadt o Eric Van Rompuy.

La negociación de la reforma de estado pretendida por los flamencos no avanzaba y se convocaron elecciones anticipadas el 13 de junio de 2010 que llevaron a la victoria en Flandes, a los independentistas de la N-VA, la Nueva Alianza Flamenca, dirigidos por un carismático líder, Bart de Wever. El artículo número 1 de sus estatutos habla claramente de su objetivo: una república independiente flamenca dentro de la UE.

Desde ese día el mapa político de la mitad norte del país quedó dominado por los nacionalistas.

Pero Bélgica, en esto, como en tantas otras cosas, es singular.

Cualquier otro nacionalismo en un estado miembro de la UE es por definición minoritario. Los catalanes son minoría en España, también los vascos. Los escoceses son minoría en Gran Bretaña, los húngaros en Eslovenia, los corsos en Francia… Sin embargo los flamencos son mayoritarios en Bélgica: el 60% de la población. Esto no es garantía de éxito, pero si les ofrece al menos la posibilidad de organizar su propio estado en función de sus objetivos nacionalistas aunque sólo sea por la ley del número.

La comunidad más nacionalista, la flamenca, hace el uso del victimismo propio de los nacionalismos centrífugos a pesar de que son mayoría en Bélgica y dominan los puestos claves del estado. Hoy Flandes es rica y Valonia pobre. Pero hubo un tiempo en el que se hablaba “francés en los salones y neerlandés en las cocinas”. Y el pasado no ha cicatrizado en el subconsciente.

Para crear una barrera defensiva ante el empuje flamenco –más numerosos, cada vez más ricos- los francófonos –no los neerlandófonos, los francófonos- provocaron la separación de Bélgica en dos democracias. Así preservaban sus puestos de trabajo ya que los más bilingües eran los flamencos, no ellos.

Bélgica es el único estado federal en el mundo que no tiene “una” democracia federal. Tiene dos. La consecuencia es que el sur puede hacer campaña electoral contra el norte, y en el norte contra el sur. Al fin y al cabo no se ganan votos en la otra comunidad.

Hoy los flamencos hablan cada vez menos francés, y los francófonos de Valonia no hablan neerlandés. Si lo habla, y cada vez mejor, una clase bruselense que prepara a sus hijos en escuelas neerlandófonas a pesar de ser francófonos.

Bruselas es bilingüe, pero sólo oficialmente. La frontera lingüística fijada en los años 60 supuso el suicidio programado de Bélgica, una bomba de relojería.

Todo esto ha provocado ya la aparición de dos opiniones públicas distintas cuando no opuestas. El norte, Flandes, siempre vota nacionalista y a la derecha. El sur, Valonia, siempre vota socialista y por un país federal y unido.

Una cosa trae la otra: lo que en realidad sustenta la vida de un país, la vida cultural, intelectual, política… está dividida en dos. A ambos lados de la frontera lingüística se ven televisiones diferentes, se leen periódicos diferentes, se escuchan radios diferentes, se ven obras de teatro diferentes… la gente no se conoce lo suficiente. No suelen tienen amigos al otro lado de la frontera lingüística. De nuevo salvo excepciones, no hay matrimonios mixtos.

Muchos dirían que son ya dos países diferentes.

La experiencia belga es un buen espejo también para aprender donde están los límites de la “multinacionalidad” de un estado si se quiere preservar su existencia y su «funcionalidad”. Durante los atentados terroristas hubo un consenso amplio en que el estado no se coordinó bien debido a la «multidescentralización» de responsabilidades.

Ahora mismo, todos los que a uno y otro lado de la frontera lingüística piensan en recuperar cierta eficacia, recuperar un Estado más fuerte, creen que no haber hecho un estado bilingüe a todos los niveles en los años 30, cuando hubo una oportunidad, ha sido un error histórico.

Pero no hay marchas atrás en ésta historia. Y en Bélgica, hoy, se puede ver claramente, como si de un laboratorio se tratara, el mecanismo tradicional de las dos lógicas que se enfrentan tradicionalmente en este tipo de situaciones: el derecho de suelo frente a los derechos de la gente.

Sin rubor alguno, de forma oficial, los flamencos reclaman el derecho de suelo en nombre de la homogeneización lingüística y cultural. En muchos ayuntamientos de la mitad norte del país está prohibido que el personal hable otra cosa que neerlandés aunque le entiendan, siendo obligatorio ir con un traductor si no se habla el idioma. Repito, quieren un territorio “homogéneo”, palabra utilizada frecuentemente por las más altas responsabilidades políticas flamencas.

Hay múltiples medidas encaminadas a frenar la extensión de la “mancha de aceite francófona”, gente de la capital que sale a vivir a las afueras de Bruselas para disfrutar de más espacios verdes y precios más baratos cambiando el mapa sociológico de la periferia bruselense. Sigue siendo, Bélgica, pero también es Flandes.

Las tensiones van y vienen. Ahora estamos en un momento bajo. Pero hace unos años era todo lo contrario.

Aun así, según las encuestas el 80% de los flamencos no quiere la independencia. La N-VA lo sabe y habla de confederalismo. Con éste simple cambio, se convirtió en el partido más importante de Flandes. Y de Bélgica también.

Las palabras son muy importantes. La definición de Estado confederal es: dos estados soberanos que ponen alguna competencia en común, y que la pueden retirar cuando quieren.

Dos estados soberanos quiere decir… dos estados básicamente independientes. Pero es más fácil decir que uno es confederalista que independentista. El uso del doble lenguaje llega a hacer más asumible planteamientos que expresados de forma más cruda rechazaríamos. Le dan una apariencia de normalidad, racional y mesurada que enmascara el fondo de la acción. Así la gente en Flandes puede ser independentista sin saberlo. Se asumen ciertas posiciones por la puerta de atrás y cuando algún día suba la tensión política, ya no se defiende el estado Federal. Sino Confederal.

El juego –lo hemos visto en Cataluña también- es conseguir que el resto de formaciones políticas terminen asumiendo la lógica de los partidos nacionalistas para no perder votos.

¿Cómo se consigue?

La solución se llama Valence Issue. Un Valence Issue es un asunto que no despierta ya debate en el seno de una sociedad. Las posturas de los partidos sólo difieren en el mayor o menor énfasis que les dedican desapareciendo los matices reales.

Los describieron dos profesores universitarios, Ian Budge y D. Farlie en un libro que hablaba de como se podían predecir los comportamientos electorales. “Explaining and predicting elections”, Londres, editado en 1983.

La legalización de drogas es un ejemplo típico de Valence Issue.

Un Valence Issue es una anormalidad. Lo normal es que los partidos políticos se hagan la competencia unos a otros ofreciendo diferentes opciones sobre la misma cuestión (position Issue) tal y como defienden los teóricos de la Rational Choice Theory.

El nacionalismo sin embargo tiende a crear Valance Issues en la sociedad, y cuando lo consigue ha ganado la partida. Un ejemplo típico es la frontera lingüística en Bélgica, y más concretamente en los alrededores de Bruselas. Gracias a éste Valance Issue la N-VA estuvo a punto de dividir Bélgica durante la crisis del “record sin gobierno”. El resto de partidos no podían –y no lo hicieron- introducir matices sobre la cuestión de Brussels Halle Vilvoorde (BHV) porque sabían que les penalizaba. Bélgica es capaz de cambiar sus fronteras exteriores pacíficamente como he mencionado antes, pero no las interiores.

En Cataluña, un ejemplo de Valence Issu es la inmersión lingüística. O el Estatut, que también casi consigue dividir España.

Observar el nacionalismo en Bélgica me ha permitido aprender cómo funcionan sus mecanismos porque aquí las cosas están más claras y definidas que en España. Los elementos son claramente identificables.

Para empezar, realmente este país surge en la cicatriz entre la europa germánica y la romana. Incluso su origen –a pesar de haber compartido siempre los mismos ocupantes- es artificial. Un tapón para protegerse de los franceses primero. Luego de los alemanes.

Sólo cuando Bélgica, invadida dos veces en las dos guerras mundiales, se dio cuenta de que no era Suiza geográficamente ni históricamente, abandonó su neutralidad, que era su razón de existir, y la sustituyó por un internacionalismo que le hace casi perder la sede de la OTAN cuando sugirió juzgar a la administración norteamericana de Bush hijo por la guerra de Irak. Hoy es el refugio hoy de Puigdemont.

Por supuesto, dejando a un lado esta querencia por la Justicia Universal, la mejor forma de visualizar el internacionalismo Bélga es haberse convertido en la sede de una alianza militar como la OTAN y de la UE.

Un país como Bélgica que se internacionaliza tiende a evaporarse. Es como el aire de un vaso de agua al revés en el fondo de la bañera. Si lo giras, el aire sale a la superficie. Suiza sin embargo es un vaso en el fondo de la bañera que se niega a girarse y por tanto conserva el aire. El agua de la bañera es la UE.

El caso belga es paradigmático. Puesto que en su interior es ya un laboratorio de europa, su disolución en europa es sólo una cuestión de camuflaje. Por eso la N-VA no está totalmente desencaminada en su confederalismo. La UE anima la ilusión de que es posible la independencia sin pagar un coste.

Pero el resto de estados europeos no son Bélgica.

Éste es el único país de los que se sientan en el Consejo de la UE donde mandan los más nacionalistas, los flamencos.

La contradicción, como todo lo belga, es excepcional y paradójica. Europa está en el origen de la desintegración belga… y su desintegración marcaría el futuro de Europa.

Creo que el mayor problema de europa es el nacionalismo interior.

Las guerras, los cambios de fronteras, se han producido fuera de la UE en los últimos 60 años. No dentro. Desde el primer momento, la fórmula milagrosa para preservar la paz en un continente abrasado por las guerras se ha basado en una regla no escrita: difuminar las fronteras sin ponerlas en cuestión. Una vez cambiadas las fronteras, basta una sola vez, la regla desaparece. Imaginemos por un instante los territorios que podría reclamar Alemania que vio recortadas sus fronteras tras la segunda guerra mundial en cerca de cien mil kilómetros cuadrados con respecto a 1937.

Las fronteras de los estados actuales no son ni justas ni injustas, pero tienen una virtud indiscutible que les da valor: son al menos el resultado empíricamente observable de la historia.

A pesar de todo, si alguien no está contento, hoy los dos países vascos, el francés y el español, comparten moneda y no tienen frontera. Valonia y Francia -hay partidarios de la integración de Valonia en la República francesa- lo mismo. Y así por todos sitios. Esto avanza.

Entre las dos irlandas, por ejemplo, la paz es más fácil con una frontera virtual dentro de la UE que con una real tras el Brexit.

Si rompemos éste milagro antes de tiempo, ya sabemos lo que hay. Lo que ha habido siempre. Será el principio del fin y estados históricos y fuertes podrían arrepentirse de ceder soberanía y borrar fronteras.

Esta mañana cuando pedía en la radio que me liberaran porque iba a estar aquí, me preguntó la editora del informativo del mediodía que de qué iba a hablar. Ésta es la respuesta que di. Corto y pego:

“Va de Bélgica como país evanescente e indefinible. Seguramente derive al tema nacionalista. Pero básicamente son reflexiones sobre un País de Nunca Jamás. Un Neverland suspendido en el tiempo donde la vida pasa como en un brumoso purgatorio”.

Espero haberlo conseguido.

Gracias por escuchar.

Ya pueden abrir las puertas.

😉

4 respuestas a “Bélgica país de metáforas

  1. Juan cruz 25 enero, 2018 / 17:49

    Olé. En mis tiempos, cuando visité de joven, y en autobús Bruselas, Brujas, los pueblecitos holandeses llenos de praderas con tulipanes, eran el Benelux. La Cee todavía era un plabteamiento abierto a muchos pero completamente incompleta, ni siquiera estaba el ecu, si no recuerdo mal. Pero no observé esa diferencia ó diferenciación pseudo patriótica como tampoco la observaba en una España que se alzaba para ser el sur de Europa y no el norte de África. Un saludo, D. Jacobo

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  2. Carmen Hernández 25 enero, 2018 / 23:29

    Me han encantado sus reflexiones y punto de vista a cerca de la realidad política y social belga y de los nacionalismos. Gracias por compartirlos.

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  3. J.Gonzalez 1 marzo, 2019 / 18:35

    Nada que añadir… Magistralmente planteado!!! La problematica de Belgica en este sentido es cronica, pero no no es menos cierto que hay un despertar nacionalista en ciertos sitios de Europa, en mi opinion provocado por un desencanto de miles de ciudadanos con lo que reprecenta esta union europea que no creo que se parezca en lo absoluto ha aquella que soñaron,Jean Monnet y Robert Schuman entre otros, por que el resultado no es mas que un mercado libre para gente que trabaja, donde Alemania corta el bacalao, y valores como la solidaridad y la integracion quedan en entredicho, da la sensacion que la autoridades europeas solo estan pendiente de los numeros y en ocasiones esto se parece mas a una organizacion de mercaderes sin escrupulos que a lo que nos intentan vender. En cualquier caso es mi opinion. Felicidades por el articulo!!!

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